viernes, 9 de julio de 2010


Al verlo, sentí como una aguja atravesaba rápidamente mi corazón. Pero no era algo doloroso, era como una suave caricia que casi no se podía percibir. Fue una sensación extraña, como una obsesión, algo que quería probar sin saber hasta que punto llegar.
Mientras más lo miraba, la herida se hacía más profunda y dolorosa, pero esa adicción no me dejaba pesar en nada más.
Un día intente curarme, pero me dí cuenta de que la herida era incurable, que cada día se infectaba y abría más. Quise coserla y vi como el hilo se quemaba hasta desvanecerse. De repente supe que ese veneno me consumía lentamente hasta la muerte. Era un veneno dulce y letal que recorría mis venas hasta deshacerlas, era un fuego abrasador me quemaba por dentro.
De repente, sentí que mi corazón se volvía piedra y luego comenzaba a agrietarse hasta romperse en pequeños pedazos y volverse cenizas.
¿Y esa obsesión letal acaso valió la pena? No lo sé, uno no lo elige. Es algo que ciega. Ese mal es algo imperceptible e invisible por fuera, pero por dentro es algo que quema, un dolor agradable, una enfermedad sin remedio de la que uno no se quiere curar…

No hay comentarios:

Publicar un comentario