miércoles, 7 de julio de 2010

En ese momento que nuestras miradas se encontraron sentí que entraba en un laberinto con un desconocido final.
Sabía quien era, que era, pero el deseo de estar con él y saciarlo, de ser su lluvia en la sequía, enceguecía mis sentidos. Sentía que flotaba en un extraño lugar, tan irreal que yo misma sabia que no existía. La parte cuerda de mi desaparecía casi por completo cuando lo veía, sólo quedaba una parte torpe e inútil, sólo podía mirarlo, siquiera podía pensar en algo coherente para decirle. Su mirada apartaba de mi vista cualquier cosa que no fuera él, cerraba mis labios sin tocarme, pero a la vez me daba una paz que ninguna mirada podía.
Me di cuenta de que había vuelto a entrar en ese infierno disfrazado de paraíso, había vuelto a conocer a un demonio disfrazado de ángel, pero ya no había forma de dejar de sentir lo que sentía por él porque eso era parte de la absurda vida que llevaba: buscar inconscientemente algo para dañarme y a la vez ser feliz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario